Un pedazo de arcilla trabajado comprende un conjunto de emociones, acciones, reacciones, imágenes y simbologías, que lo convierten en una pieza única y diferenciable de otros pedazos de arcilla. Se convierte en un reflejo del ser; un reflejo de cómo piensa y trabaja la persona que modifica ese pedazo de arcilla; un reflejo del contexto dónde es creada la pieza; y un reflejo de lo objetivo y lo subjetivo. Se convierte en un objeto que, al ocupar un espacio, también genera nuevos espacios. Un objeto sencillo y complejo a su vez. Un objeto que, si bien no habla, puede llegar a decir mucho, aunque también puede no decirte nada.
En este sentido, este proyecto consiste en una serie de pequeñas esculturas realizadas en arcilla, las cuales no tienen una forma concreta. La idea era explorar la materialidad de la arcilla desde los gestos, como aplastar, hacer huecos, retorcer, etcétera; lo cual permite categorizar las esculturas en diversos grupos (esféricas, alargadas, huecas, con formas antropomorfas y demás). De igual forma, se busca que los gestos, en cierto sentido, sean reflejo de las emociones que me atravesaban al momento de realizar las esculturas, por lo que en términos de forma no volvieron a ser intervenidas.