Se tiende a poner mucha confianza en los recuerdos y los humanos se apegan a ellos como polillas. Las polillas se encuentran desviadas de su camino guiado por la luz del firmamento por un simple farol de calle. Al igual que la polilla los humanos se aferran a estos luminosos impulsos eléctricos de memoria. El ser humano consume la fábrica de los recuerdos, para sustituirla por una traducción de los mismos, una proyección, una visión de los hechos cada vez más arbitraria e inconstante. Sitios falsos, ropa que nunca existió, recuerdos dobles y dislocación de contexto, la tela de la realidad tiene agujeros de polilla y estas grabadoras pensantes retejen estos espacios, poco a poco, la tela se vuelve más retazo y remiendo que cualquier otra cosa, hay un apolillamiento de la realidad y solo quedan residuos de esta.
Toda la linealidad tejida por el hombre constituye una verdad que resulta no ser más que un delirio, una imagen en constante transparencia, figuras fantasmales de un pasado ambivalente, un ser que se reduce a incertitud. Estado que ultimas parece necesario, al igual que las polillas los seres humanos necesitan de estas luces, necesitan de eso que le da un sentido a su condición de seres humanos. Una mentira lo suficientemente buena como para creerla enceguecido el resto de la vida.
Los recuerdos pueden ser muchas cosas, castillos de naipes, helados color neón, un juego de parqués en verano, un cigarrillo francés (Thinking about you), un vinilo rayado, juguetes de plástico, un bidet rosado, silletería de cuero, un pájaro espichado, la alfombra verde, el rodadero azul, bodegones de girasol, un perro blanco y un candelabro multicolor. Esto aquí es una luz brillante, una trampa al receptor en forma de sinapsis.
Esto aquí es un rayo de ficciones, imágenes y recuerdos. vivimos a luz de polilla.