Un nudo que el tiempo hizo en mi infancia y que, con paciencia, intento desenredar.
Cuando era niña, mi refugio tenía el aroma del castillo de ellos, el sonido de las agujas de Rochi tejiendo y el calor de su abrazo. Pero un día, el hilo se rompió.
Un monstruo distorsionó los recuerdos y convirtió las palabras en espinas. Su voz, cada vez más fuerte, se coló en los rincones de la casa, hasta que mi mamá y yo tuvimos que irnos. El miedo se volvió un ovillo apretado en mi pecho.
Pero el hilo nunca se pierde del todo. Con el tiempo, encontré la manera de remendar la relación con aquella reina del castillo, puntada a puntada, entre llamadas, mensajes y encuentros.
Descubrí que el hogar no era un lugar, sino ella.