El proyecto muestra unas líneas de interés y trabajo material de la estudiante Sofía Vergara, que apuntan a integrar lenguajes de instalación en un ambiente boscoso. Sin embargo, para lograr sus alcances, es importante que su creadora refine las diferentes capas que busca entrelazar.
En el momento de la sustentación, la obra parece estar en una bifurcación: o busca ser ritual y, en ese sentido, hacer que los espectadores sean partícipes de un evento en vivo, o busca mostrar las trazas y detritos de un rito que ya transcurrió. Esta ambigüedad genera tensiones frente a los lenguajes de la ruina que, inevitablemente, se contraponen a los lenguajes de un ritual presente y participativo, cuyos aspectos todavía no son claros.
Otra dimensión que requiere profundizarse es la relativa a todo el lenguaje iconográfico y textual de carácter religioso, donde es importante evitar caer en lo anecdótico o circunstancial. En ese sentido, valdría la pena que la creadora revisara textos que aborden de manera más contundente la confluencia entre educación, religión, sacrificio y culpa donde la palabra escrita, más que sentencia, es dilema del ser fracturado. Lo mismo en lo relativo a las imágenes utilizadas dentro del diario/texto, que deben aclarar su intención comunicativa: ¿se quiere contar la edad de paso de la feminidad? ¿Extrañar? ¿Perturbar? También sería bueno revisar la materialidad y postura de las manos mutiladas en el recorrido: la iconografía y la escultura religiosa latinoamericana tienen fuentes y matices que pueden investigarse mejor, de modo que sea más claro cómo dialogan estas piezas con todo el conjunto instalado. Bien el trabajo en vidrio, con elementos que se convierten en acto de hacer visible lo invisible.
En síntesis, un proyecto que si se revisa con tiempo y resuelve aspectos – que no son
menores – podrá integrar mejor sus vocabularios e intenciones.