En los últimos años, decidí orientar mi obra hacia las plantas y la naturaleza, rindiendo homenaje al legado de mi padre, ingeniero forestal. Crecí rodeado de bosques, aprendiendo sobre ellos a través de él. Entre muchas especies, destacó el árbol del carbonero, símbolo especial de mi infancia y significativo para Medellín.
Este árbol endémico, cuyas flores coloridas decoraban las montañas de la ciudad, es ahora víctima del crecimiento urbano descontrolado. La expansión ha destruido el hábitat de múltiples especies, llevando al carbonero al borde crítico: para 2021, quedaban apenas 34 ejemplares en la región.
Mi proyecto artístico busca expresar esta fragilidad mediante la materialidad del vidrio. He creado 34 flores de carbonero, elaboradas con cientos de filamentos de vidrio soplado, asemejándose a la flor natural. La delicadeza del vidrio refleja directamente la vulnerabilidad del árbol.
Las piezas serán instaladas en un espacio delimitado por la sombra proyectada de las ramas del carbonero, generando así una sensación de ausencia. Este recurso visual refuerza la idea de pérdida, destacando la ausencia física del árbol en un contexto de memoria y reflexión sobre el impacto ambiental del crecimiento urbano.
Rastros de un tercer paisaje
En un ejercicio por honrar la vida que ya no está, Rodro le da espacio a materializar un recuerdo. A partir de los relictos del Carbonero, tanto de las historias de infancia, como de sus filamentos rosados, nos presenta un ejercicio cuidadoso de repetición y transición del duelo. Hilo a hilo de vidrio, ensamblados entre la cera y sostenidos por una simulación de rama en cobre, evoca a un tercer paisaje. Como dice Gills Clement (2004), aquel bosque que surge de un residuo, en este caso las flores caídas, permite la construcción de una diversidad de conexiones sutiles con la materia. La pieza Lo que queda del bosque, de Martín Rodriguez Uribe hace visible lo no dicho, mediante la instalación de treinta y cuatro esculturas que permiten el silencio. La ausencia está presente en cada detalle, en la diversidad de sombras que produce cada elemento, al hacer el ejercicio de reconstruir una memoria familiar, al verse limitado de vivir con lo que queda y al entender que la pérdida es inevitable. En las piezas veo horas de concentración en su taller, rumiando en un pasado que no va a volver. Un bosque primario que fue perdiendo sus raíces y ahora se reconstruye con materia residual. Rodro crea como una pulsión primordial, por el gusto de hacer, por el afán de dejar un rastro sutil. Quedo pensativa en cómo puede trascender la anécdota al escuchar una reflexión colectiva más amplia. Le recomiendo ver las obras creadas con sal del artista japonés Motoi Yamamoto en las que habita la pérdida durante horas, creando una instalación para desvanecerla en minutos.
Laura Ceballos Castilla